jueves, 26 de marzo de 2009

preguntemos qué es lo que queremos

Leyendo lo que escribió Chichi la última vez me surgieron muchos pensamientos, la mayoría poco claros, pero todos alrededor del tema de la respuesta perfecta -sepan disculpar, mi teclado anda mal y no poseo paréntesis ni comillas, entre otros signos.
Con respecto a este tema -al de la respuesta perfecta, no al del teclado-, creo que aquí intervienen ciertos aspectos más personales, tales como inclinaciones naturales del carácter y la personalidad de cada persona, el día que tuvo, qué momento del día sea, hacia donde esté yendo o de dónde esté volviendo, etc.
Por ejemplo, no es lo mismo que te griten groserías o te chisten como a un perro a las 7 de la mañana cuando estás yendo a sacarte sangre, que te chisten a las 8 de la noche cuando estás a una cuadra de tu casa, hecha mierda de todo un día de laburo agotador. No es lo mismo que te griten justo cuando salís de tu casa a las 3 de la tarde luego de una discusión monumental con alguno de tus progenitores, que cuando volvés a las 2 de la mañana después de haber pasado medio día de corrido con tu novia. Los ánimos son diferentes, las respuestas también.
Teniendo todo esto en cuenta, creo que hay un factor más, uno muy importante y bastante decisivo. Tenemos que preguntarnos qué queremos: ¿defendernos? ¿atacar? ¿hacer pensar? ¿humillar? ¿devolver? Cada una de estas preguntas tiene varias respuestas, o eso al menos me parece a mí.
Yo les doy la mía: creo profundamente en que el objetivo no es agredir, maltratar, humillar, ni nada que se le parezca. Hay que promover un cambio, la capacidad de reflexionar sobre cuestiones que están muy instaladas en nuestras cabecitas. Tanto, que hasta las tomamos como naturales -recordemos que no poseo comillas, y con esto quiero decir que, si las tuviera, naturales iría encomillado.
Mi objetivo es este, al menos por el momento: no demos nada por sentado, no asumamos cosas por y sobre el otro. No olvidemos que uno es mucho más de lo que podemos ver a simple vista, y una mirada, un gesto, un comentario pueden lastimar, ofender, inhibir. Pensemos en el otro.
Por supuesto, esto incluye a los aquí acusados y prototípicos albañiles -comillas-, pero también a nosotros/as: ¿por qué insultar? ¿por qué hacer lo mismo que ellos si no quiero ser como ellos, si no quiero que nadie sea como ellos?
Para la próxima, si lo recuerdo y si me dan ganas, les escribo una lista con las respuestas que más me hayan gustado. Se aceptan sugerencias.

6 comentarios:

  1. yo voy a dejarnos un comentario!
    porque no me aguanté y leí apenas llegué a casa, jeje

    coincido morsita, pero solo ahora que estoy contenta y en frío. En el momento, diría yo que no dudo en que lo que quiero es verlos sufriiiiiiiir, pedime perdon hijo de putaaaaaa!! Pero me doy cuenta de que no sirve de nada. Aunque sirve un poco más que la nada misma, de eso estoy segura. No sé, yo también estoy planteandome estas cosas... que recién empiezan.

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  2. yo creo que para generar la reflexion hay que tocar alguna fibra intima del albañil, tipo hermana-madre, no en el sentido del insulto sino el de la empatia

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  3. yo pensé una respuesta de ese tipo, onda "sabías que en este mismo momento a tu mamá, a tu hermana, a tu novia, a tu hija, a tu sobrina y a todas tus mujeres, un pajero como vos les está mirando el culo, las tetas y les está diciendo lo mismo que vos me decís a mí?"

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  4. cuanta sincronicidad! justo el otro dia pensaba, pero con otras palabras, en esto de tocar empaticamente la fibra intima del albañil hacia el camino de la reflexion.
    gracias!

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  5. Que tal si la respuesta es la no respuesta? Seguir con la atencion sobre uno mismo, sean pensamientos o la respiracion, sin verse afecto por lo que el otro dice?
    Que tal si el otro desaparece de mi conciencia al instante que sus palabras se dejan de oir?
    Felicitaciones por el blog euge, espero estes jodidamente bien :)
    Abrazo!

    Eze.

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  6. Yo también pensé y actué la respuesta de la no respuesta, pero ¿sabés qué? Es mentira que uno puede abstraerse tanto como para no sentir el impacto. Es decir, podés hacer que no te derrumbe, pero no podés dejar de sentirlo.
    Pongamos un ejemplo más gráfico: si viene mi pareja y me caga a palos, yo puedo en ese momento lograr un punto tal de concentración y ensimismamiento que no permita que me desplome, que me desmayer, que me quiera morir en esos golpes, sólo para no volver a vivirlos. Pero cuándo vuelva a pestañear, el cuerpo va a doler, el espejo me va a devolver moretones verdez, azules y violetas. El daño ya está hecho. Ya fui dañada. Y al agresor le salió gratis. Mi via, mi calidad de vida, a él le salió gratis.
    Y eso cuando se ve, pero es el mismo proceso cuando es invisible. ¡Es peor aún! Porque encima tenés que justificar por qué te ofende que te ofendan...

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