martes, 25 de agosto de 2009

el poder falso del macho

“El poder falso del macho –que, en realidad, es una forma de control, contracción y tensión- muestra una actitud manifiestamente débil, porque nos mantiene atados a la frágil sensación del ego. Al fin de cuentas, la vida desafía continuamente todo intento de controlarla, y la energía que invertimos en mantener nuestras defensas no hace más que despojarnos de nuestra fortaleza”.

John Welwood; Psicología del despertar. Budismo, psicoterapia y transformación personal; Capítulo 9.

Estaba yo en mi trabajo leyendo un apunte de mi facultad: el primero del cuatrimestre. Y casi al final del mismo, me encuentro con esta frase. No está de más aclarar que coincido plenamente con ella.

Control, poder, miedo a la sensibilidad, sentirse hombre, sentirse mujer, obligar, aceptar, sumisión, tensión, dolor, naturalización, violencia.

Todo esto es lo que se me cruza por la cabeza cada vez que me ofenden con “halagos”. La mujer objetivada. La mujer evaluada. La mujer mirada. La mujer desnudada. La mujer al servicio del macho.

Claro que no lo pienso en estos términos. De hecho, a veces ni siquiera lo pienso. Sólo siento un montón de cosas revueltas, poco identificables, me inundan, me marean, me violentan, me enojan, me entristecen, me anulan, me obsesionan.

Ellos necesitan mostrar, exagerar, invadir, insultar. Ellos necesitan gritar que sos linda, que te cogerían. Ellos necesitan desnudarte con una mirada libidinosa, una mirada que casi no permite respuesta. ¿Qué voy a decirle? ¿No me mires? ¿No me ofendas? Siempre se recluyen en el grupo, en los otros como ellos, que también te desnudan con la mirada, que también necesitan mostrar cuán machos son. ¡No vaya a ser cosa que alguien piense lo contrario! No vaya a ser cosa que parezcan sensibles, vulnerables, humanos. No. Ellos no son humanos. Ellos son machos.

¿Y nosotras? Nosotras tampoco somos humanos. Nosotras somos eso que ellos quieren que seamos. ¿Qué querés que sea hoy, lindo? ¿Puta? ¿Monja? ¿Enfermera? ¿Mucamita? Yo soy yo. Incluso cuando me disfrazo de todo eso. Incluso cuando, sin permiso, vos me disfrazás de todo eso.

Qué triste es cuando la mujer lo acepta, a veces hasta lo festeja. Millones de sms en tu celular con el culo de la chica de las tetas operadas de turno. Mirá: te quiero vender una lapicera y, en vez de mostrarte lo bien que escribe, te la muestro por la tele al lado de un culo en tanga. ¿Qué querés ver? Pedílo, seguro que lo tenés. Si sos el macho, si sos todopoderoso. Si yo no valgo nada, si yo sólo estoy para ser mirada.

Mirame, te miro, gritame, te grito, desnudame, te desnudo.
Ahora, cuando me harte de verdad y vaya con una bolsa llena de piedras en el bolsillo de la campera y te la parta en el medio de la cara, no me digas que no te avisé. Ocho de las diez veces que pasé por la obra donde trabajás, te dije que dejaras de hacer lo que estabas haciendo: ofenderme. Lo dije de buenas maneras, lo dije de malas maneras, lo dije con la mirada, lo dije con palabras, con un gesto, con un silencio. Vos no supiste escuchar.


Yo me cansé de hablar.