domingo, 18 de octubre de 2009

Pequeñas batallas

Delivery de empanadas, local a la calle. Motos repartidoras. 4 sillas en la vereda ocupadas por muchachos. Dos chicas de la mano van a la parada del bondi. La historia de siempre, digamos, lo normal.

Una se toma el bondi, la otra vuelve a su casa. Pasa por el local. 4 sillas vacías. Lo lamenta, había imaginado una gran conversación en su cabeza. Entra:
- Hola
- Hola... (movimiento de personas detrás del mostrador)
- Hay algún encargado o algo así?
- Sí, él
- Hola
- Hola, qué tal?
- Sí, decime
- Mira, yo vivo a una cuadra y paso siempre por acá y cada vez que paso los muchachos que se sientan acá en la puerta tienen siempre algún comentario para hacer que me molesta
- Sabés quiénes eran?
- No (piensa que así como lo que ellos ven no es mi cara, lo que yo recibo no tiene nombre)
- Bueno, quedate tranquila, yo hablo
- Bueno, gracias. Tranquila no me quedo, estoy segura de que voy a volver a hablar con vos tanto como estoy segura de que no me va a importar venir mil veces
- Bueno, bueno, quedate tranquila
- Bueno, chau, gracias
- No, no, de nada, hasta luego
- Chau



Así como no soy la dueña del barrio porque mi familia vivía en él cuando eran sólo 5 quintas y se escuchaba al tren pasar a 30 cuadras, ellos no son los dueños de la vereda por estar sentados en un banquito frente a su lugar de trabajo. Y con "dueño" quiero hacer referencia a la inmunidad. Una vez me enojé muchísimo con un señor que interrumpió su mordida de choripán para decirme una guasada (a la vez que una infinidad de migas de pan salían propulsadas por los espacios de su boca donde saludablemente suele haber dientes) y cuando le pregunté si no le parecía injusto que no me dejara caminar tranquila por las calles de mi barrio, me contestó "callate, boluda, quién te creés que sos, tomatelás"... y me fui pensando que "quién te crees que sos" es una frase tan corriente que da miedo (entre los remolinos de bronca en que se movían mis tripas).
Quién tengo que ser? Quién creés vos que soy? Quién me creo? Quién soy? Quién sos? Qué derechos, garantías y obligaciones estoy pasando por alto? Disculpen, pero no acepto esa constitución. Qué es lo que cambia cuando un grupo de hombres comparte el almuerzo en un puesto de choripanes? O en cualquier otro lado? Qué cambia cuando es un grupo de mujeres? Y si van caminando? Y si es sólo una? Y si es sólo uno? Y si es de noche? Y si no es tu barrio sino el de ellos?
En todos estos puntos me siento en desventaja, porque realmente no les encuentro la vuelta y tengo la sensación de que para ellos está muy claro todo. Es decir, estoy con estos amigos en la vereda, pasan dos minas, listo... no hay duda. Es casi un acto reflejo.
Bueno, mis pequeñas batallas quieren mostrar que eso es ALGO. Que no es lo mismo decir que no decir. Que tiene un efecto, no es inocuo. Y, sobre todo, que no es bien recibido, porque si me gustara, joya! Un mundo feliz. Pero no, no se me da la posibilidad de salirme, de no participar. Así que como de todas formas me hacen participar, al menos voy a hacer mi movida, voy a elegirla, voy a pensarla, voy a jugar MI juego, voy a discutir las reglas. Porque yo no siento que esté jugando. Los herederos de la historia se encargan de recordarme que nunca nos salimos del lado que siempre pierde.


Y una más:
Una chica pasa a buscar a su novia por el trabajo. Salen de la mano, doblan en la esquina. Pasan por el medio de un grupo de chicos y chicas. Uno, sentado en el escalón de la puerta de entrada del colegio (voy a fijarme si era un colegio, no estoy segura), dice:
- Qué desperdicio!
Las chicas siguen unos metros más hasta que una se detiene y decide volver.
- Disculpame... qué nos dijiste?
- Yo? No, no, nada, nada...
- Ok


NO ENTIENDO!!
Y me fui preguntándome, además de por qué no asumió lo que había dicho, qué habrá pensado la chica que estaba sentada a su lado.